“Pero Él, dándose cuenta de su hipocresía, les dijo: ¿Por qué me están poniendo a prueba? Traiganme un denario para verlo. Se lo trajeron, y Él les dijo: ¿De quién es esta imagen y la inscripción? Y ellos le dijeron: Del César. Entonces Jesús les dijo: Den al César lo que es del César, y a Dios lo que es de Dios. Y se maravillaban de El.” Marcos 12:15-17
Para los estudiantes de metafísica y de
la espiritualidad en general, es común que el rechazo por lo material sea una
tentación latente. Como si hubiera una
pelea entre lo espiritual y lo material, tratamos de mantener la separación
entre ambos lo bastante clara y amplia para que no haya dudas o tentaciones.
Es una confusión común, caer en la
creencia errónea de que lo material está disociado de lo material, inclusive se
llega a pensar que son enemigos irreconciliables. Cómo el refrán de los dos
amos, creemos que si servimos a uno, quedaremos mal con el otro, por lo tanto,
procuramos la lealtad a uno de ellos, aunque al final eso no nos lleva al éxito
ni a la felicidad.
Siendo esta confusión común para la
humanidad entera, no es de extrañarse que se la externaran al Maestro Jesús y
tal como lo relata el pasaje en voz de Marcos, la respuesta fue maravillosa: “Den al César
lo que es del César, y a Dios lo que es de Dios.”
El Maestro deja claro que hay dos amos y
debemos servirlos por igual. No es idea de Jesús que nos peleemos con lo
material o que lo ignoremos. Todo lo contrario. Nos recomienda con autoridad
que demos lo material a lo material y lo espiritual a lo espiritual. ¿Acaso
esto es contradictorio? En absoluto. Jesús entendía perfecto las leyes
naturales tanto físicas como de la mente y su mensaje siempre fue en el mismo
sentido: Las leyes hay que cumplirlas. Jesús era un rebelde mas no un
delincuente o bandido que rompiera las leyes. Era rebelde con ciertas creencias
de la época, mas no contra las leyes universales.
En el pasaje en que es tentado por el
miedo (demonio) y éste le alienta a
lanzarse al vacío y le pida a los ángeles que lo salven de la caída; Jesús sabe
que no puede desafiar a la ley de la gravedad. Ni la ley espiritual mas potente
podría desafiar a la ley de la gravedad, simplemente porque sus dominios (reinos) son distintos.
Cada reino, el reino físico y el reino
espiritual (el reino de los cielos)
tiene sus propias leyes y el no cumplirlas tiene sus consecuencias. Si bien el
reino espiritual gobierna sobre el reino físico o material, hay una lógica y un
orden. El reino espiritual es causa y el reino físico efecto, las causas tienen
sus leyes y los efectos tienen sus leyes. Las leyes proporcionan un orden y
este orden proporciona armonía al universo. Este orden y esta armonía son los
que hacen posible que las leyes funcionen, ya que ninguna ley podría cumplirse
dentro del caos.
Al
César lo que es del César.
No podemos pretender estar delgados en el
reino físico del cuerpo alimentándonos sólo con grasas y carbohidratos. Hay
leyes químicas que gobiernan las reacciones bioquímicas de nuestro cuerpo. Lo
mismo sucede con cualquier aspecto de nuestra salud. No podemos estar sanos o
curarnos de la diabetes consumiendo azúcar en exceso o mantener nuestra presión
sanguínea saludable alimentándonos con sal en exceso. Pretender que el exceso de alcohol, tabaco o
cualquier droga no hará daño en nuestro cuerpo sólo con el poder de la fe, no
sólo es una mentira sino una gran necedad.
Si atravesamos por una crisis financiera,
no podremos manifestar prosperidad endeudándonos inconscientemente. No disfrutaremos de la abundancia de dinero
si no movemos un dedo para trabajar y producirlo o ganarlo; y que conste que no
se trata de matarse trabajando, sino simplemente de activar la ley de la
circulación: para recibir hay que dar, ésta ley es tanto económica como espiritual
y trabaja igual en ambos reinos.
Isaac Newton nos dio a conocer otra ley
física que tiene su equivalente en una ley espiritual: A toda acción hay una
reacción; Causa y efecto. En el reino
físico toda acción produce una reacción. El combustible y el calor arden, el
frio extremo congela, las objetos caen irremediablemente, lo que tiene vida muere, lo que no se usa se
atrofia, el agua que no fluye se estanca, etc.
Si no pagamos nuestros impuestos, nos
multarán. Si robamos, matamos o llevamos a cabo cualquier delito seremos
castigados. Si nos lanzamos al vacío, caeremos irremediablemente con sus
inevitables consecuencias. Quebrantar la ley del hombre tiene como resultado el
castigo del hombre.
Dar al César lo que es del César, nos
invita a cumplir con las leyes físicas para mantener el orden y la armonía en
el reino físico.
Cualquier intento deliberado de
quebrantar o ir en contra de las leyes físicas es infructuoso porque va en
contra del propósito del universo.
¿Qué intención positiva puede tener el desafiar
la gravedad sólo por demostrar que mi fe es poderosa? ¿Qué intención positiva
podría tener desafiar el proceso natural de la vida al intentar levantar a los
muertos y resucitarlos? ¿Qué intención positiva tendría la habilidad de
aparecer dinero tan sólo con chasquear los dedos? ¿Qué intención positiva
tendría el controlar la voluntad de las personas y hacer que se enamoren o
sigan nuestras ordenes?
La soberbia detrás de la intención anula
cualquier beneficio que pudiera resultar.
La fe no es un instrumento humano que nos
ayude a quebrantar las leyes físicas. Eso sería magia o brujería si realmente
algo parecido existiera.
La fe es el conocimiento del reino de los
cielos y sus leyes, con la certeza de su funcionamiento sobre el mundo material;
siempre y cuando Fe y leyes físicas actúen en armonía.
A
Dios lo que es de Dios.
Las leyes espirituales no sólo mantienen
el orden y la armonía en el reino de los cielos, sino que activan las leyes
físicas y hacen que el reino de lo físico funcione en consecuencia. Por ello,
cuando activamos una ley espiritual debemos actuar en correspondencia en el
mundo material, la ley espiritual no puede actuar en oposición a la ley física
y viceversa. Intentarlo es una obstinación inútil y vana.
“A Dios orando y con el mazo dando”, con
esta expresión dejamos claro que la ley espiritual y sus acciones deben estar
acompañadas en congruencia de las leyes físicas. No puedo orar por salud,
descuidando mi alimentación, exponiéndome a las bacterias y virus, no
ejercitando mi cuerpo y lastimando o hiriendo mi integridad física. Suena
insensato y lo es.
Dar a Dios lo que es de Dios es mantener
la visión elevada y la conciencia alineada, realizar la oración de forma
afirmativa, practicar la presencia divina el mayor tiempo posible y recordar
permanentemente nuestra Unidad con el poder que nos creó. Cuando realizamos con
diligencia estas acciones todo lo demás –en el reino físico- se nos da por
añadidura. Las finanzas prosperan, las relaciones se armonizan o se liberan, el
cuerpo sana; y todo esto se manifiesta no de forma milagrosa, sino en
consecuencia. Cuando damos a Dios lo que es Dios y al César lo que es del
César, armonizamos los reinos, los sintonizamos y se integran en una sola
realidad. La realidad perfecta de acuerdo a la voluntad divina.
Toda enfermedad, pobreza, relación
dolorosa o conflictiva, no es sino el resultado de una crisis causada por no
pagar por igual “al César o a Dios”.
Cuando cumplimos con las leyes de Dios,
entonces mandamos la orden al mundo físico para que reaccione en consecuencia.
La manifestación deseada sólo será posible si el mundo físico está en orden, en
paz y en armonía; por lo tanto, alineado al reino espiritual. En esta congruencia, al que tiene se le dará
más y al que tiene poco, aún eso poco que tiene se le quitará.
Si mi intención es sanarme de cualquier
enfermedad: alineo mis pensamientos y mis emociones enfocándome en la salud
perfecta, en el perdón, en el amor y en la Unidad con Dios a través de todas
las practicas espirituales disponibles. Al mismo tiempo, desintoxico mi cuerpo,
me alimento sanamente, lo ejercito, lo mantengo en buen estado, le doy
medicamento si es necesario, le doy todos los tratamientos, intervenciones y
cuidados físicos necesarios. Entonces, la sanación es el único resultado
posible. Hemos dado al César lo que es del César y a Dios lo que es de Dios.