domingo, 21 de marzo de 2010

De tentaciones y males...

¿Qué es lo que Dios quiere o espera de nosotros?
Esta pregunta quizá sea la que mas angustia crea en las personas alrededor del mundo.
Querer agradar a Dios quizá sea el pasatiempo, hobbie o deporte más practicado por la gente alrededor del planeta. Por miedo al dolor, al castigo divino, a la malventuranza, el hombre se ha inventado prácticas, ritos, ceremonias, reglas y códigos que con su supuesto cumplimiento, "evitan" la ira divina.

¿Cómo se manifiesta la ira divina?
Quizá la ira divina sea el accidente inesperado, la catastrofe no anunciada, la muerte que llega sin invitación. Quizá la ira divina sea la malquerencia, la ruina financiera, el engaño, ese dolor en donde mas duele.
¿Podremos realmente rezando evitar la ira divina?
¿Podremos realmente cumpliendo las normas religiosas evitar la ira divina?
¿Podremos, al ser pecadores, estar creando nuestro futuro lleno de la ira de Dios?

Por principio de cuentas, me niego a creer en un Dios iracundo. No creo en un Dios que se pasa vigilando a la raza humana para sorprendernos cuando fallamos y entonces castigarnos. No creo en un Dios policía.
No creo en un Dios que no sea puro amor y por lo tanto, tenga maldad dentro de Él.
Un Dios que se regodea en castigar a su propia creación, no puede ser otra cosa que un demonio, y no creo ni en un Dios malo, ni mucho menos en un Dios demoniaco.
No creo en un Dios orgulloso y autocomplaciente. No creo en un Dios que quiere que se le adore, que se regodea con las alabanzas y los regalos. Si Dios es el creador de todo lo que existe y es todopoderoso, no encuentro una razón para que quiera, ni mucho menos necesite de mis alabanzas o mis pobres, paupérrimas ofrendas.
No creo en un Dios hecho a imagen y semejanza del hombre. Invento de las mentes calenturientas, ociosas, enfermas de control y de poder.
Definitivamente no creo en un Dios iracundo. Un dios enojón no tiene sentido. Sería un Dios débil, con emociones bajas, incapaz de controlar su carácter y con sentimientos humanos.

El único pecado es la ignorancia de Dios.

El pecado no es No amar a Dios, sino desconocer quién es en realidad.
El pecado no es Robar, sino ignorar que es innecesario robar, cuando la abundancia del universo está a nuestro alcance.
El pecado no es Matar, sino la ignorancia de la vida eterna que hace a la muerte sólo una ilusión.
El pecado no es el Amor y sus manifestaciones carnales, ni está dado por la persona a decido entregar mi amor, sino por la ignorancia de que Dios es amor y todo lo cree, todo lo espera y en él todo es posible.

No hay pecado que logre la ira de Dios, porque Dios es todo amor, todo bondad, todo comprensión, toda presencia y todo poder. No hay muerte en la que no se encuentre Dios, no hay acto sexual en que no se encuentre Dios, no hay acción humana, visible o invisible, en la que el permiso y la presencia de Dios no exista.
Si llegase a existir algo parecido al pecado, seguramente antes, Dios lo permitió.
No creo que podamos hacer nada a sus espaldas ni en contra de su voluntad.

Y es que Dios no es una entidad, no es un ser, no es un "algo".
Dios es todo lo que soy en este momento, es todo lo que me rodea, es todo lo que ha existido antes y lo que existirá después de mi.
Dios actúa a través de mi y guía mis pensamientos, mueve mi cuerpo, estructura mis palabras.

Ante todo, Dios es libertad y es amor.

En su libertad, puedo hacer lo que yo quiera sin esperar castigo alguno. El libre albedrio que me ha dado, es un regalo de amor supremo. Me ha concedido la libertad y no puede haber castigo alguno por el uso de esa concesión.

En mi mente, yo soy el señor supremo. Yo soy el creador de mis pecados y soy quien me concedo mis propios castigos. Que nadie culpe a Dios del uso de mi libertad y sus consecuencias. Yo puedo decidir una vida de felicidad y gozo, una vida de amor y dicha, una vida de respeto, por sobretodas las cosas a mis deseos, a mi voluntad y a mis acciones.

Si Dios no me condena, que no me condene nadie. El único capaz de condenarme soy yo mismo.

La voluntad de Dios es que yo sea libre de tener voluntad propia.

Que se honre pues el sagrado derecho de cada uno de hacer con su vida, lo que se le de su gana.

Asi es.

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