domingo, 17 de julio de 2011

El destino.

Es común escuchar que la gente dice que a veces una voz interna le dice que tiene que hacer algo. Esa vocecita que casi nunca escuchamos pero que nos advierte, nos aconseja o nos exige que actuemos en consecuencia con lo que dice.
En cierta ocasión por el año de 1989 (mas o menos), me encontraba en la ciudad de Tampico con una amiga-novia, platicábamos y discutíamos parados en la banqueta, cuando de pronto sentí el impulso de moverme de ese lugar. Sin razón aparente, la tomé del brazo y me moví junto con ella unos metros más adelante. A los pocos minutos veíamos con sorpresa (y agradecimiento) como un camión se estampaba contra la pared, justo donde habíamos estado parados. Si no hubiera hecho caso al "impulso" quizá no viviría para contarlo.
Como esta historia cada quien tiene al menos una en su memoria.
Pero hoy quiero hablar de lo contrario. De aquellas ocasiones en que algo dentro de nosotros nos dice: "No lo hagas" pero un impulso mayor y hasta pareciera "antinatural" nos lleva a hacerlo.
Finalmente, el resultado puede ser grato o no grato, favorable o desfavorable, pero al paso del tiempo no nos queda la menor duda de que debimos hacerlo, aun cuando a primera vista no fuera conveniente hacerlo.
¿Es que acaso la intuición se equivoca al advertirnos de que no debemos hacer algo que a final de cuentas nos favorecerá?
¿Existe el destino predeterminado que con su fuerza de gravedad nos obliga a hacer algo que a todas luces no nos conviene, pero que sin embargo, al final cambiará nuestra vida para bien?
No estoy seguro, pero tampoco creo en la respuesta afirmativa a ninguna de las dos preguntas anteriores.
Alguna vez alguien que quise mucho usaba como slogan la siguiente frase:
"No importa lo que sea que pase, al final todo pasa por nuestro bien".
Y aunque me ocasionaba varias rabietas mentales pensar en la posibilidad de esa frase, debo aceptar que con el paso del tiempo la he aceptado como cierta.
Ser positivo, pensar positivo y ser optimista de acuerdo con esta frase es creer que todo saldrá bien pase lo que pase.
En la vida, cotidianamente nos enfrentamos a tres posibles resultados de nuestras decisiones: que todo salga conforme a nuestras expectativas (o sea bien o mejor), que todo salga contrario a nuestras expectativas (en cuyo caso pensamos que todo ha salido mal) o que no pase ni una cosa ni la otra, es decir, que el resultado sea totalmente diferente a lo que pudieramos o no haber esperado.
Cualquiera que sea la situación que resulte de nuestras decisiones, el optimismo la transforma inmediatamente en solo una opción: Todo pasa por nuestro bien.
¿Cómo podría una enfermedad, un accidente, un delito o cualquier otra cosa aparentemente "negativa" pasar por nuestro bien?
La mayoría, la generalidad de nosotros no podemos ver o predecir el futuro, ni siquiera somos capaces de asimilar con totalidad nuestro momento presente.
En este momento es de noche, aunque está nublado, sé que en el cielo hay estrellas y sé que la luz que me llega de esas estrellas tarda cientos, miles de años en llegar hasta mis ojos. La luz tarda tanto tiempo en llegar hasta la tierra que muchas de esas estrellas ya se apagaron desde hace mucho tiempo. Al ver una estrella en el cielo estamos viviendo dos realidades al mismo tiempo, la realidad de la estrella viva que emite su luz y esta luz es percibida por nuestros ojos y la realidad de que a millones de años luz, esa estrella ya está apagada y por lo tanto no emite ninguna luz más. Eso está pasando en nuestro momento presente.
Si analizamos nuestra existencia no es mas que un punto en la inmensidad del tiempo y del espacio. La historia de la humanidad entera no es mas que un segmento de una línea eterna sin principio ni final. Nuestra misma existencia no es más que un segmento de un grano de arena en la playa del universo.
¿Cómo podríamos saber que nuestras decisiones y todas las situaciones que nos pasan son para nuestro bien?
Confiando.
Bien podemos hacer una cosa u otra o no hacer nada en lo absoluto. Bien puede resultar una cosa o la otra o no resultar nada. Pero al principio y al final, eso no importa en lo absoluto.
En esencia somos energía, somos espíritu y somos conciencia.
Al final del episodio de nuestra vida, dejaremos la experiencia material y nos uniremos al gran espíritu del universo, al vacío que existe entre las partes del átomo, al espacio que hay entre una estrella y otra.
Ante tal perspectiva de inmensidad y eternidad, ¿Cómo podríamos definir lo que es bueno o malo?
¿Qué son nuestras complacencias o nuestros disgustos comparados con la luz que mantiene viva a una estrella ante nuestros ojos aún cuando esta ya se ha apagado?
¿Qué es bueno o malo en nuestra vida cotidiana comparado con el nacimiento o la muerte de una galaxia entera?
Podemos tomar una decisión u otra, hacer una cosa u otra, lamentarnos o felicitarnos, pero al final, el planeta seguirá girando y el universo continuará expandiéndose a si mismo.
¿Quién puede negar que todo lo que nos sucede es por nuestro bien?
Estamos en sincronía con el ritmo de la vida, con el ritmo del universo.
Danzamos entre estrellas, planetas, átomos y partículas de todo tipo.
Creemos que decidimos, que hacemos, que construimos en nuestro limitado espacio de planeta, cuándo en realidad si se nos ve de lejos no somos más que una célula que se alimenta y crece y se mantiene con vida a si misma dentro de un cuerpo enorme.
Finalmente, escuchar o no escuchar a la vocecita interior es meramente circunstancial. Hay un poder en el universo, una inteligencia mucho mayor a nosotros que nos une y nos mantiene danzando en el ritmo de la vida.
Ya sea que hagamos caso o no a la vocecita interior, cualquiera que sea la decisión que tomemos o los resultados que obtengamos nada se escapa a esa inteligencia universal.
Es una paradoja existencial.
Tomamos decisiones sólo para cumplir la voluntad de la inteligencia universal.
Aún cuando esas decisiones nos gusten o no nos gusten, sólo contribuyen al cumplimiento de esa voluntad.
Y la voluntad de esa inteligencia universal es una voluntad que tiene que ver con la vida, con la expansión, con la abundancia y con la prosperidad.
La voluntad de la inteligencia universal tiene que ver con la felicidad, con el gozo y con el placer, que nada tienen que ver con nuestra experiencia limitada de gozo y placer terrenales.
Siendo nuestro universo un universo de autocreación, autoexpansión y autoexpresión, el bien supremo para quienes lo habitamos tiene que ver con estos mismos conceptos.
Vivimos en un universo que se expresa viéndose a si mismo y a través de si mismo.
La organización de nuestros átomos, de nuestras células, es idéntica a la organización del sistema solar, de la galaxia.
Lo que tiene que ser será, lo que tiene que pasar pasará y nuestras decisiones sólo nos mueven a la derecha, al centro o a la izquierda de un camino que tiene sólo un destino.
No es que haya destinos escritos.
Simple y sencillamente hay un sistema que funciona de manera perfecta para mantenerse con vida a si mismo.
Sabes que todo pasa por nuestro bien es más que optimismo, es la aceptación humilde de nuestra existencia y la creencia y confianza firme en una inteligencia superior que nos mantiene danzando al ritmo del universo al que pertenecemos.
Así es.

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