domingo, 14 de junio de 2009

Información que impacta,que destaca,que sobresale!

Esta semana pasada tuve algunas experiencias singulares.

Justo cuando pensé que los aviones eran una cuestión ordinaria en mi vida, tuve el viaje mas turbulento en mi existencia. Pasar toda una noche durmiendo en el aire es una experiencia que se tiene que vivir y contar, máxime cuando viajas a un lugar tan original como el fin del mundo, pero sentir esos bajones y sacudidas estando suspendido literalmente en "la nada" y nada mas para llegar arribita apenas de Guadalajara, no es algo que quisiera volver a repetir. Voltear a ver como se persigna 10 veces el compañero de junto, como la señora de enfrente cierra los ojos como para evadirse de la realidad y observar como al tocar piso, todos mandan mensajes o le hablan por telefono a sus seres queridos es sin duda una señal de que fue un viaje "feo". Se aprecia la vida y se vuelve a apreciar todo aquello que por un momento veias como cotidiano o inclusive superado.

Ok. Punto y aparte.

En el Estado de Nayarit existe un pueblo mágico que se hace llamar San Blas. Reconocido mundialmente por la canción del Grupo de Rock Mexicano Maná, en donde se cuenta la historia de "la loca" que espera al amor de su vida en el muelle, San Blas no tiene el glamour que uno esperaría encontrar en un lugar que inspiró una leyenda musical como la que comento.

De gente agradable, mujeres bellas, platicadoras y risueñas, San Blas a primera vista, da la impresión de ser un pueblo fantasma. Con muy poca gente en las calles, muy pocos comercios abiertos y en general poca actividad, San Blas es uno de esos lugares donde uno sueña con volver. Tiene su muelle, su bahía, sus islas, su fuerte, su historia, sus leyendas y hasta su canción. En San Blas, Amado Nervo se inspiraba para escribir su poesía, Juan Escutia jugaba a "las trais" y a las "escondidas", antes de que lo enviaran a defender lo indefendible y muriera como "niño héroe". En un lado de la frontera, Lola Beltrán iniciaría sus sueños musicales y en sus aguas y en su fuerte, se resguardaría a la nación de las invasiones extranjeras.

En el fuerte de San Blas, se encuentra su historiador Don Nicolás, un viejito culto y simpático. Vestido con camiseta de futbolista, pantalón de mezclilla y chancletas de hule con calcetines puestos, espera paciente a los turistas que visitan el fuerte. Nadie se imagina que ese hombre sentado en esa silla de plástico y vestido de esa forma, pueda ser el cronista del fuerte, menos se pueden imaginar que ha escrito sus propios documentos históricos (mismos que vende a los turistas), y mucho menos, si, mucho menos, uno espera el espectáculo que brinda al narrar la historia de San Blas.

Con una elocuencia singular, acompañada de ademanes ostentosos y frases finamente elaboradas, don Nicolás se encarga de darnos información: "que impacta, que destaca, que sobresale" y nos transporta en la historia a los tiempos en que los futuros aztecas saldrían precisamente de esas tierras para buscar la Tenochtitlán presagiada.

Para quienes estabamos ahí presentes, Don Nicolás vino a recordarnos la importancia de hablar, hablar bien, dramatizar lo que decimos y hacer que lo que decimos sea "impactante, destacado, sobresaliente".

¿Cuántas veces al día, cuantas horas, cuantos dias, nos pasamos hablando de cosas sin sentido, y cuando por fin logramos decir algo importante, los demás ni se dan cuenta?

¿Porqué hemos olvidado que cuando digamos algo, que sea algo bueno y que si vamos a decir algo realmente bueno, asegurarnos que los demás nos escuchen?

Para muchas personas, hablar y platicar las cosas como lo hace Don Nicolás de San Blás, puede ser justificado solo si de esa forma te ganas la vida. Para muchos otros, la mayoría me temo, hablar y dramatizar de la forma en que lo hace Don Nicolás, seguramente será un acto de circo, como si de actores o payasos se tratará.

Para quienes estuvimos ahí presentes, sabemos que Don Nicolás VIVE lo que dice y al vivirlo, nos transporta, y al transportarnos nos seduce y al seducirnos, nos convence. Cuánto bien haría que algunos vendedores, al menos, creyerán en lo que dicen. Don Nicolás no sólo lo cree, lo vive.

Estoy convencido que a partir de ahora, cuando tenga que decir algo, lo diré con mayor convicción y lo viviré. Si todo mi poder reside en mi palabra y puedo darle a mis palabras la vida que Don Nicolás le daba a las suyas, sé que podré ser un hombre poderoso.

Y no es que el poder me atraiga por si mismo, pero si de todas maneras tengo que hablar y decir las cosas, al menos lo haré con entusiasmo y dandole importancia a lo que digo.

El regreso fue mas turbulento que la ida.

Pensar por un momento que puedes "desbarrancarte" en un avión y morir y no concluir tus planes y no hacer todo lo que tienes ganas, te pone en una situación de humildad y a la vez de energía para volver a empezar o continuar con mayor coraje lo que ya estabas haciendo.

El avión con sus subidas y bajadas, me recordó que estoy vivo y que el tiempo corre en mi contra.

Don Nicolás me enseñó que si voy a hacer algo, la diferencia entre hacerlo bien y hacerlo mediocremente es sólo una cuestión de actitud.

Asi es.

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