domingo, 20 de diciembre de 2009

¿Porqué no creo en Santa Claus?

Las navidades de mi niñez comenzaban con un largo peregrinar entre Tula, Hgo., y Poza Rica, Ver. Este peregrinar incluía desmañanadas, olor a diesel y a balatas de trailer, frio, comida en Huauchinango, Pue., muchas curvas y vómito. El vómito no era mío, pero era infaltable. La navidad en Poza Rica era una especie de viaje al mundo sin tiempo. Las fechas no existían y el calendario se hacía prescindible. Estar con mucho tiempo libre lejos de casa o de tus cosas es algo complicado. Uno se tiene que dejar ir, a lo que el universo le depare.
Y he aqui la primera lección que la navidad me dejó: Hay ocasiones en que te tienes que rendir a lo que el universo te depare.
Por lo regular, en casa de mi abuela Lola nos juntabamos toda la familia materna, tíos, tías, primos y primas. Siendo una familia grande, el desfile de caras y nombres era interminable. En toda la vorágine de gritos, chismes, saludos y abrazos, había una constante. La comida. Enchiladas con frijoles por la mañana. Huevo revuelto que sabía como ningún huevo revuelto me ha vuelto a saber jamás. Tamales. Zacahuilt.
Mi familia nunca fue una familia acomodada. De origen pescadores, mi familia jamás tuvo lujos o costumbres importadas. Así que comiamos en la mesa como una gran tribu, donde no distinguiamos entre primos o hermanos. Sólo la gran matriarca, al centro. Mi abuela Lola, logró tener a sus pies una gran tribu. Y en la tribu, las costumbres culinarias eran muy básicas, chile, maiz, frijol y huevo. La carne se reservaba para la cena.
La navidad también suponía la oportunidad de ver a mi papá durante mas tiempo y en ocasiones, diario. Desde que llegaba a Poza Rica hasta que me iba, tenía una esperanza diaria, que mi papá entrara por la puerta. Mi niñez transcurrió en un mundo sin celulares, mi abuela no tenía teléfono, así que yo no podía saber cuando llegaría mi padre. La expectación que esta incertidumbre causaba me llenaba de emoción a diario.
¿Puede un niño esperar la llegada de Santa Claus, si lo único que quiere es ver a su padre entrar por la puerta?
En mi caso, Santa Claus me importaba un comino.
La primera navidad que recuerdo concientemente, pude descubrir los regalos de navidad arriba del clóset. Jamás lo dije. Pero descubrí tempranamente que Santa Claus era mentira. A la siguiente navidad, observé lo mismo, pero seguí el juego. Un día sin que mi mamá se diera cuenta, me subí al clóset y abrí con cuidado los regalos. Los volví a cerrar y callé. A la siguiente navidad, no compraron los juguetes. Me dieron el dinero para comprarlos.
De cualquier manera, nunca me compraban lo que pedía. Me compraban lo que se les daba la gana. Así que el hecho de que me dieran el dinero, me daba mas control sobre mi regalo navideño.
Recuerdo mucho una navidad en que deseaba con todas mis ganas al muñeco de acción del Hombre Invisible. Estaba hecho de plático translúcido y traía ropa para vestirlo y una máscara. No recuerdo haber deseado jamás un juguete como al muñeco del hombre invisible. Por alguna razón, lo dije y esperé con la esperanza de que en esa ocasión, me regalaran lo que quería. La noche del 24 me llevaron a Blanco (después Gigante, hoy Soriana) y busqué como loco desesperado al hombre invisible. Estaba agotado. Tuve que tomar una decisión. O me regresaba sin regalo de navidad o me compraba otra cosa, lo que fuera.
En lugar del hombre invisible, había montones, cientos de muñecos de su enemigo, el doctor "noseque". Un mono musculoso, pelón, de barba de candado. Decidí llevarlo, con la esperanza de que para Reyes ya habría Hombres Invisibles y entonces tendría al héroe y al villano. Estrategia perfecta.
No contaba con la astucia de mi madre que en ese año, había tomado la decisión de que el 24 serían juguetes y el día de reyes sería... ropa.
Me quedé con las ganas del hombre invisible, con un mono asqueroso y malvado y con un pants nuevo.
Por las tardes, salía a jugar con el villano doctor "noseque". Es el muñeco que mas recuerdo haber utilizado, aunque no me gustara. Me imaginaba que el hombre invisible, al fin invisible, lo combatía y hacía maravillosas aventuras. Deseaba tanto al muñeco del hombre invisible, que lo tuve, realmente invisible.
La segunda lección de la navidad fue: Aunque la vida no siempre te da lo que deseas, tus deseos de alguna u otra forma se vuelven realidad.
Para esas alturas, Santa Claus era menos que una vacilada para mi. Hacerle cartita era poco menos que ridículo. De los reyes magos, ni siquiera es necesario aclarar nada, jamás creí en ellos, ni siquiera eran importantes. Punto.
Pasando el año nuevo, la navidad terminaba. El regreso era igual de tortuoso que el de ida. La llegada a Tula era cansada, triste, la casa tenía un olor a encierro que de solo recordarlo me dan nauseas y ganas de llorar. El reencuentro con los amigos y la recuperación de la vida cotidiana era lenta.
Por eso no creo en Santa Claus.
Como para todos los niños, Santa Claus era mi papá, solo que este Santa Claus no se esforzaba por cumplir mis deseos.
Eso poco importaba porque, al final, mi mayor deseo que era estar con él, lo cumplió siempre. Los juguetes, eran opcionales.
Asi es.

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