viernes, 8 de enero de 2010

Lluvia en el alma.

Hay días que llueve en el alma,
y todo se nubla y no se logra ver el sol.
Hay días en que todo el dolor del universo
se concentra en el espacio entre tu estómago y el pecho.

Y tu fe se quebranta,
y mientras el dolor aumenta,
el cuerpo parece desfallecer
y el tiempo se detiene.

Y uno maldice a Einstein,
uno quisiera que el tiempo fuera solo tiempo, segundos, minutos, horas...
que no se hiciera relativo con la tristeza,
que no pareciera una eternidad un mísero segundo,
que el sufrimiento no pareciera eterno, sin fin…

Hay días que llueve en el alma,
y la lluvia se sale por los ojos,
y nos inunda, y nos ahoga, y nos rebasa.
Y nos empapamos en nuestro propio charco de tristeza.

Hay días en que parece que Dios se esconde detrás de las nubes.
Y te habla muy despacio pidiéndote que lo busques,
y sigue jugando a las escondidas, (como si jugara contigo).
Porque el premio es encontrarlo.

Hay días que llueve en el alma,
y el frio te congela… y el agua te quema.
Y no para de llover y no paras de llorar.
Y aunque sabes que algún día parará… no le ves fin.

Hay días que el alma llora y llueve.
Y se junta el agua.
Y te vuelves una laguna de tristeza.

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